L.Q.V.B. Historias
Chico del Voodoo
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Calurosísimo verano 2004 – 2005. La Plata. Uno de los primeros, sino el primero que pasé completo en La Plata. Y el primer verano en el que me sentí realmente solo.
Alquilaba una cama en una habitación para dos personas, en un departamento de dos habitaciones en total en el que vivíamos cinco chabones de cinco puntos diferentes del país. Me acuerdo de un santiagueño (o chaqueño, o formoseño?), de uno del sur como yo, pero de Santa Cruz, otro par un tanto irrelevante y el infaltable representante del conurbano bonaerense.
Este último fue el que volvió un día a la hora de la siesta en una de esas tardes de calor infernal y me encontró “en trance”.
Sí, lo hice como en trance este tema. Me acuerdo de haber hecho ese riff de un solo golpe y hasta el cambio a la estrofa en Do7 – lo cual ya desde el principio sonó extraño – y luego de crearlo no poder casi tocarlo de nuevo.
Eran tiempos en los que no había un celular con cámara a mano – y si hubieran ya existido, yo no habría tenido uno ni remotamente, si no tenía un mango – por lo que me costó mucho anotarlo, recordar el ritmo, en fin… desde Scrumbled Eggs de Paul para acá (sí, desde siempre, claro) los músicos echamos mano de miles de artimañas para no olvidar el fruto de la inspiración momentánea. El mío siempre fue la repetición. Una, cien, mil veces hasta que los músculos de la mano interpretan los mandos de la mente con facilidad. Sigo haciéndolo de igual manera aunque existan celulares con cámara. Cosas de la vida, los procesos y, por qué no, la falta de plasticidad para evolucionar de uno mismo.
Tengo flashes de esa tarde. Recuerdo los colores con los que el ambiente de esa cocina se teñía por la luz que entraba por la ventana, la sensación de calor sofocante, la mesa gris de fórmica. Me quedé solo y tenía unas miguitas de paraguayo (un lujo en aquellos tiempos para mí), por lo que quedarme solo con la criolla representaba más una posibilidad de “fumar y conectarme y tocar toda la tarde” que algo que viera como soledad.
Amo estar solo. Desde siempre. Y si hay con qué alterarse un poco los sentidos, bueno… mucho mejor.
Jimi era nuevo en mi vida en esa época. Yo recién arrancaba en serio con la guitarra – a hacer ejercicios de digitación conscientemente, a aprender sobre teoría de tríadas, acordes, todo muy básico – y a todo guitarrista le llega su Jimi Hendrix.
Fue como un camión alado o un avión con acoplado. Me pasó por encima. Me acuerdo que entré por Pequeña Ala, como tantos, y a los tres días (y durante muchos de los meses siguientes) me dediqué a escuchar todo aquello a lo que podía acceder del Jimi (Jimi es “el Jimi” para mí y para varios)
De más está decir que me voló la cabeza, como corresponde. Luego tendría mi locura por Robert Johnson, dos o tres años después. Y lo cito porque es lo único que yo puedo decir que me pegó más, me enseñó aún más y disfruté al mismo nivel que cuando lo conocí al Jimi.
Esos, sumados a Lennon, Clapton y Vaughan, son mi héroes musicales.
Pero volvamos al tema. Cuando estaba surcando esta locura Hendrixiana iba al cyber, ponía Jimi Hendrix en Google y me quedaba clickeando y leyendo toda la tarde. Es extraño que navegaciones en los cybers de 2004/05 me generen nostalgia, pero escucho hablar a algunos pibes sobre sus juegos tipo Minecraft o Counter Strike – no conozco ninguno de los dos, de hecho – y veo que hablan de la misma sensación.
Lo mío era leer. Y mucha de esa lectura fue sobre Jimi.
Hay una anécdota que, como todas las anécdotas e historias, “quizá no haya sido TAN así” pero que yo considero que es el punto de partida, el origen de esta canción.
Jimi se había enrolado en el ejército y se había roto una gamba en un salto en paracaídas o algo así (prefiero no buscar ahora la anécdota para “limpiar” esta historia, porque es así como la recuerdo y eso me alcanza) Cuestión que hubo un llamado por cobro revertido, si mal no recuerdo, que su padre no aceptó. Al mismo tiempo, le prometen acceso a todo lo que siempre soñó pero… en Europa, en Inglaterra, más específicamente. Tierra de Clapton en ese momento, de Beck, de Townshend, de tantos más.
Y él preguntó, sin prestar atención a ninguno de los demás detalles prometidos: “… es verdad que si voy con vos para allá me vas a presentar a Eric Clapton?” Ante la respuesta afirmativa, no dudó un segundo: “Entonces, vamos”. Luego, vino todo lo demás.
Esa convicción de estar haciendo lo correcto solo por cómo se siente es una brújula contínua en mi vida.
La posibilidad de no claudicar siempre está. Así como la de hacerlo. Lo que sucede es que ambas cobran peaje. Ambas proporcionan premios con el tiempo. Pero solo una es real respecto de la vida de uno, la otra es un camino circular que termina haciéndote perder tiempo.
Es muy difícil no claudicar. Porque renunciar a lo que uno siempre quiso es lo más fácil que hay. Solo hay que buscarse un laburo estable, prestarle atención a las cosas más comunes y confundirse entre la multitud.
Uno puede ser feliz así, imagino. Una familia, un auto, un perro y si es posible una pileta en el fondo. No me malinterpreten, eso me parece genial, realmente. Cuando no sentís en tu fuero más interno que en realidad tenés que estar en otro lado haciendo otra cosa, claro.
Y ese es mi caso. Para esa época, en la que nació esta canción, mi hermana vivía también, como yo, en La Plata. Pero de manera diferente. A ella la bancaba mi viejo, le pagaba el alquiler del departamento en el que vivía, le pagaba la comida, todo lo referente a la universidad a la que iba y unos mangos para que estuviera tranquila y viviera sin sobresaltos.
A mí, no. No solamente porque no iba a la universidad. Era otro el tema. Y siempre me empujaba a claudicar. No me permitía salir de esa zona en la que mi vida diaria era amenazada no solo por el hambre normal, la que sentimos todos, sino que de a poco me iba comiendo las energías acumuladas.
El país recién empezaba a ver algo de luz luego del porrazo universal del 2001/02. No había un mango en la calle. Era todo muy difícil, de verdad.
Y de allí tantas frases de esta canción. Me acuerdo de un grupito de veinti casi treintañeros que habían armado una banda y me invitaban a los ensayos. Recuerdo que todos caían con un six pack de birras, tenían faso, instrumentos… todo comprado indirectamente por los padres. Básicamente, ninguno laburaba, pero tenían de todo.
Ahí están los
“… muchos chicos de sombrero, botas negras y alquitrán
compra música el dinero, tiempo de escuchar y ver*
y es que nada es imposible
debe haber un corazón en alquiler”
*se refiere a una ocasión en especial en la que me quedé luego del ensayo y fuimos al departamento de uno de la banda y pusieron el doble de Pink Floyd P.U.L.S.E. No lo podía creer. Realmente no lo podía creer (y menos podía creer que con esa cantidad de recursos esa banda sonara así, pero eso es otro tema)
La frase:
“tengo ausencias tan presentes, que ya son parte de mí”
se refiere a que mi novia de ese entonces y el violero con el que tocaba durante el año, ambos se habían ido a pasar las vacaciones con su familia. Como dije al principio, ese fue un verano muy solitario, aunque no de mucha soledad, a decir verdad.
“si miras en la distancia, me verás aparecer
con los ojos tan vidriosos, con ampollas en la piel”
se refiere a que, mal que mal, magullado y más tarde que los demás, iba a llegar. Esa “distancia” la veo en mi mente como la que separa al corredor que ya está descansando en la meta luego de haber llegado y ve venir al que aún le falta cubrir distancia para llegar. La veo como tierra curvada que deja aparecer primero la cabeza, luego el tronco, y ya finalmente todo el cuerpo de quien se acerca (en este caso, con ojos vidriosos y ampollas, cansado, pero no rendido)
Y a final:
“debe haber un corazón en alquiler
Bueno el mío está hechizado
Por aquel muchacho negro del voodoo
Y hoy ya todo está más fácil
Ha resucitado, al fin… mi corazón”
Es que por esos días, habiendo leído esa y otras muchas historias, tanto del Jimi como de otros, como que la epifanía constante en mi mente era haber entendido eso. Que no iba a claudicar y que la vida iba a encontrar la manera de permitirme hacer lo que siempre consideré que vine a hacer al mundo. Música. Canciones. Discos.
Uno de mis temas más queridos y cuya letra ya conocen muchos de mis allegados a fuerza de mil asados y juntadas a lo largo de los años. Debe tener entre 17 y 18 años y la hice en una tarde. Una siesta platense que fue un trance del que me sacó un bonaerense que había comprado churrascos baratos en Camino Negro (o algo así) y escuchó la canción, como pude tocarla, mientras los bifes se hacían y el humo tomaba el lugar. Y me felicitó y me dijo que él no era nadie pero que sentía que había escuchado una buena canción y que le parecía increíble que la hubiera hecho yo solo un ratito antes
Se sintió como una señal divina escuchar eso ese día, y por eso lo cito al loco este.
Años después me lo crucé acá en Capital. Estaba completamente consumido (por la cocaína, la pasta base, qué se yo, parecía que lo había atropellado un camión, era los restos de aquel que había conocido una década antes)
Me reconoció luego de un rato solo para pedirme cigarros, unos mangos, etc… le di, de lo que tenía, lo que podía. Nunca más lo volví a ver al “negro”. No recuerdo su nombre, tampoco.
Y esta es la historia de cómo nació “Chico del Voodoo”. Una calurosa tarde de verano platense en un país intentando sacar la cabeza del agua, sin amigos ni novia y con un calor asfixiante.
Porque cuando el arte quiere salir no le interesan las variables atmosféricas ni las socio económicas del momento.
Es mejor mojarse bajo la lluvia para anotar en el momento algo que se te ocurre y pensas que es bueno y va a servir que esperar a encontrar refugio en una mesa de bar para hacerlo.
No sé si es una verdad ese último párrafo o es una verdad a medias que funciona para alguno y no para otros.
Pero es lo que le aconsejaría a cualquier pibe que quiera caminar caminos parecidos a este en el que me encuentro.
Gracias, Chico del Voodoo, gracias Jimi.
Este tema es para vos.
MM – Diciembre 2023